Rosario Q. de Urquieta (*)
La sucesión de premios, bien merecidos, son la suma del rédito a la dedicación del talento literario del escritor Gonzalo Lema: Premio Nacional de Novela, Premio Internacional de Novela, Premio Nacional de Cuento, Premio Nacional de Cultura.
En la contratapa de la novela “Siempre fuimos familia” --galardón internacional-- leemos, entre otros conceptos: “La idea de familia se muestra como una caverna, como un refugio…”. Sí, puede ser. Como también puede ser que cada familia, en definitiva, sea un microcosmos en su sencillo o complicado vivir. Un mundo pequeño dentro del mega mundo.
Gonzalo Lema aborda este tema.
Así, la familia de los Martínez Noriega conformada por: Álvaro y Julieta (progenitores), Álvaro Junior, Fernando, Carmen (hijos), Armando (yerno), la bebé (nieta) y Juana (empleada) ponen los límites a ese mundo que no es hermético porque la cotidianidad de sus componentes tiene una importante incidencia exterior.
El clan de los Martínez Noriega (cholos emergentes) observa sus propias reglas y normas en concordancia con sus creencias, costumbres, tradiciones dentro del calendario de su “modus vivendi”. Sin embargo, este paisaje familiar, así concebido, va adquiriendo tonalidades, si bien sospechadas pero inesperadas por su complejidad, que responden a la personalidad singular que expresa cada uno de los cohabitantes.
En este mundo de la familia Martínez Noriega todo es posible: la sensatez es locura y la locura es sensatez porque no cabe, de ninguna manera, la definición de transgresión. Ninguno de los personajes va contra corriente. Cada uno de ellos es fiel a su naturaleza y convicción.
El padre, expichicatero, (antecedente en el que se consolida la holgada y confortable economía de la familia), expresidiario en Alemania, lector empedernido, quien como una especie de expiación o como el encuentro con la verdadera ruta que debería tomar su concepción de vida; se disfraza de mendigo y de vez en vez asiste, acompañado de su hijo, quien conduce un saca bronca BMW, al atrio de algunas iglesias donde se otorga la licencia de dar rienda suelta a sus divagaciones sobre filosofía, sociología, política, etcétera, que alimentan el caldo de un discurso innegablemente marxista. Él discursea asemejándose a “Petrarca sobre el Monte Ventoso”. Ahí, su auditorio de primera línea son los mendigos, los outsiders y también los feligreses que asisten a los ejercicios religiosos. Don Álvaro así como El Ingenioso don Quijote de la Mancha, cuerdamente enloquecido por tanta lectura; un día decide atacar al sin sentido común e ir a buscar las huellas de la lógica demencia.
Julieta, la madre-matriarca es el poder, mando. Centro de convocatoria, punto de ida y vuelta. Ella, la bandera blanca para los domingos de chicharrón y chicha con las consabidas ofrendas a la Pachamama. En ella se armonizan las contradicciones. Se neutralizan las diferencias, los rechazos, las censuras. En ella habita el sosiego pero, ¡ojo! , ella también tiene una tuerca de doble funcionamiento, un disloque de personalidad. Aunque por su accionar en la novela parecería que esta dualidad es sólo exterior y circunstancial porque su verdadera identidad está en vestir pollera y no vestido. Doña Julieta alterna la pollera y el vestido (en su ropero existen tanto polleras como vestidos), quizá como salida a esos complicados mecanismos mentales en los que derivan los traumas psicológicos (orfandad castigos, imposiciones, etcétera).
Álvaro junior, dandy millonario, seductor de “mentiras kilométricas”, dícese amante de Carolina de Mónaco, amigo de Frank Sinatra y de casi todo el jet set. Para Alvarito junior todo es posible: “You are nothing but a pack of cards”, diría él, pero solo tratándose de sus intereses, ya que su modernidad se estrecha y no alcanza para entender la homosexualidad de su hermano Fernando. “Solo él lo hostigaba, los demás se mordían la lengua”.
Fernando, se sabe gay, se admite gay con valentía y decisión: “Soy gay, soy una mujer con facha de hombre… yo he sabido aguantar todo eso para armar una familia”, dirá muy consciente de su responsabilidad como miembro de una familia, pero aun así es fiel a su preferencia sexual y se mantendrá firme hasta el final.
La hijita Carmen, casada con Armando, el escritor de la siempre página en blanco, a quien le falta la imaginación de la que están dotados los Martínez Noriega. Carmen cumple con la dicha de convertir a los padres en abuelos, la nieta Sophía, que completa el trío de los carmencitos. La bebé con su existencia de papillas y mamaderas amelcocha los momentos agrios que a veces pasa la familia.
Y como en toda familia tradicional no podía faltar la empleada doméstica, Juana. Juana la confidente, la cómplice, la que toma el termómetro para medir la temperatura de las tensiones de todos los que viven en la casa. Es un miembro más del clan, con derechos y obligaciones. La vida de Juana es un paradigma del destino que cumplen, ellas, hacendosas, trabajadoras, dadivosas, fieles a su macho, pero que terminan brutalmente asesinadas por él.
Como podemos ver los personajes son cualquiera y únicos al mismo tiempo. Dependientes de su rol, de su función dentro la fábula, enmarcados en su correspondiente perfil psicológico, adobado de actualidad y con una expresión de lenguaje corriente, también contextualizado. Cada quien con su cada sueño o locura. Cada quien en busca de su identidad y libertad. Cada uno responde exactamente a la intención del dedo señalador del narrador.
La concepción, sensibilidad filosófica y política en la novela es marxista. Se dice que para la transmisión de ideas cualquier combustible es bueno y, sí, lo comprobamos. Álvaro-padre se viste de mendigo para su desnudamiento pragmático, así contribuye en la lucha contra los enemigos de clase, contra la ideología burguesa, contra la sociedad clasista. El personaje parece decir: ¿Por qué, no?
No se pretende un orden interno de las pasiones humanas sino un mundo de transformación donde se oferte al hombre el gusto por la libertad y no por el de la eternidad.
Con el recurso de la ironía que bien se la puede llamar crítica irónica. Así, la anécdota anda a pie. Se establece una correspondencia admirable entre el contexto social, la psicología y el lenguaje. Por ejemplo, un cuadro maravillosamente descrito es el de la cancha con lo anecdótico en su proceso de transacción entre la vendedora y la caserita. De lo cotidiano y rutinario saltan, brincan las circunstancias específicas que diagraman y dan fisonomía al total de la fábula conformando un cuerpo íntegro, coherente que muy bien lo consigue Gonzalo Lema.
Algún personaje en el transcurso de la narración dice: “Somos familia con sus locos y sus maricones”.
¿Absurdo, locura? Dónde los límites de la locura y la broma inteligente. Si escarbamos en nuestros meandros todos encontraremos historias absurdas, descoyuntadas que también forman parte de nuestros sueños-realidades.
Alguien ha dicho (no me acuerdo quién, pero bien dicho está) que la esencia de la literatura es la puerta de ese otro mundo loco, ilógico que ¡salve, oh gracia! está todavía libre de los preconceptos.
“Siempre fuimos familia”, novela para la reflexión como para el entretenimiento.