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lunes, 17 de marzo de 2025

Acerca de la poesía de Camilo Barriga Dávalos y su prematuro deceso

 
El poeta Camilo Barriga Dávalos

El caminar poético: el marco del silencio

Por Alejandra Carranza

El vacío que dibujaste en ti, poeta, es un portal a la comprensión de la vida y la muerte, que es parte de la vida misma. Esa luz solar que permitiste que te atravesara continúa llenando de significados no sólo a los simples lectores, sino a aquellas otras vidas que te continuaron, que recién te conocen, que también quisieran conocerte a través de tus letras y tus silencios.

Al permitir que el vacío haga parte de tu obra encontraste la metáfora perfecta de lo elevado que hay en la palabra y acción poética. Porque la poesía no explica, no pretende ser comprendida. La poesía auténtica es un revés a quien pretende intelectualizar y ajustar a un canon lo inefable, eso divino que habita sin evidencias. La poesía es ese mismo quitarse de la vida para dar paso a la total posesión del amor de quienes han comprendido tu luz, o al menos la intuyeron.

No hay una pretensión de ser comprendido con la obra. El poeta se salva con la palabra sólo para dar un marco al silencio. Lo importante es ese vacío como templo de lo profano que trasciende con el acto de existir y extinguirse. El fuego poético que no incinera es esa luz que permite canalizar ese silencio. La incomprensión de uno mismo es el más genuino acto poético. Tú lo supiste, poeta.

El artefacto no es nada. El libro-objeto no es nada. El vacío no señala a la nada. Todo lo contrario. Todo el mundo de Camilo habita en ese vacío. Todo lo posible está ahí. Incluso lo obsceno, lo que no quiso ser escuchado por los oídos más sensatos, por quienes pretenden encerrar en lo académico la genialidad de un alma sensible.  

Así como en la boca de una divinidad se divisó la realidad entera, esa boca abierta que se propone en el vacío del libro-objeto “Anus solaris”, en el hoyo opuesto de lo divino, está oculto el sentido del ser poético. Esa reverberación del eco que hacen sus palabras, su presencia post mortem, son lo imposible permitiéndose existir por la fuerza de los que han amado al poeta.

¿Por qué entendiste a la muerte como una máquina, esa máquina que no precisaba del sueño ni tocaba lo eterno? Con la poesía tal vez quisiste lograr tocar esa idea de una máquina de muerte que no sangrara. Porque el mundo pesa al poeta y a veces no queda más que vengarse con palabras. Las tuyas fueron elegantes y sabias. Una danza macabra al extremo lúcida, lindando con la locura. “Busqué mi muerte y la encontré -dices-. Aburrida estaba” (CBD) Sabías que el lector sería tu “aliado resurrector”. Cuánta conciencia de tu futura muerte, poeta. ¿La sabías cercana? ¿Sentías tal vez su sabor en la boca al dictar los versos a la máquina de la escritura? La máquina mortuoria tenía el ojo en el fondo y se veían. La mirabas directo a la pupila cuando escribías. Y aún así tu poesía no causa terror. Porque yo también veía al ángel en caballo que desciende para llevarnos a los locos, pero aún no me subí. Preferí yacer con mi letra, callar y llevar en lo profundo lo poético, para sacarlo cuando pueda. Hay que esperar que estén distraídos los dioses y demonios para ser poeta y no morir en el intento. Hay que saber ser una fénix silente y más que eso.

Los poetas nos preguntamos sobre la naturaleza de la luz. Hacemos que los haces se vuelvan palabras, movimientos. Algunos se asustan, porque aunque no entiendan la letra, sienten el vértigo de la verdad cuando lo simbólico habla. “Arrástrate por el flujo concreto/Aquí no sirve la vista si se te liquefactúa la cabeza” (CBD). Tu estudio del fenómeno del pensamiento consistía en ver la danza convulsa de las neuronas. Te encontrabas en medio de ese alboroto vano, salvando las palabras poéticas. Por eso el cinismo de decirlo sin tapujos y no hubo vergüenzas que te negaran después. Lo hiciste como debías, poeta. Y no dejas de caminar después. Tu palabra y tus ideas siguen vivas, buscando más aliados que te lean.

Que así sea. Que tus palabras continúen develándose. Tú ya no tienes desvelos. Habitas en el desvelo eterno que no desea el sueño ni tiene sed ni hambre. En paz descanses, Camilo. No te alcanzó la vida para seguir camino, pero caminan por ti los que te amaron. Nos llaman a conocerte y todo ese llamado es válido, porque como dice tu amada madre: “cuando el dolor se transmite de bella manera y se comparte, no sólo se hace más llevadero, sino que se transforma en arte y se vuelve colectivo” (XD).


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