El caminar poético:
el marco del silencio
Por Alejandra Carranza
El vacío que dibujaste en ti, poeta, es un portal a la comprensión de la
vida y la muerte, que es parte de la vida misma. Esa luz solar que permitiste
que te atravesara continúa llenando de significados no sólo a los simples
lectores, sino a aquellas otras vidas que te continuaron, que recién te
conocen, que también quisieran conocerte a través de tus letras y tus silencios.
Al permitir que el vacío haga parte de tu obra encontraste la metáfora
perfecta de lo elevado que hay en la palabra y acción poética. Porque la poesía
no explica, no pretende ser comprendida. La poesía auténtica es un revés a
quien pretende intelectualizar y ajustar a un canon lo inefable, eso divino que
habita sin evidencias. La poesía es ese mismo quitarse de la vida para dar paso
a la total posesión del amor de quienes han comprendido tu luz, o al menos la
intuyeron.
No hay una pretensión de ser comprendido con la obra. El poeta se salva
con la palabra sólo para dar un marco al silencio. Lo importante es ese vacío
como templo de lo profano que trasciende con el acto de existir y extinguirse.
El fuego poético que no incinera es esa luz que permite canalizar ese silencio.
La incomprensión de uno mismo es el más genuino acto poético. Tú lo supiste,
poeta.
El artefacto no es nada. El libro-objeto no es nada. El vacío no señala
a la nada. Todo lo contrario. Todo el mundo de Camilo habita en ese vacío. Todo
lo posible está ahí. Incluso lo obsceno, lo que no quiso ser escuchado por los
oídos más sensatos, por quienes pretenden encerrar en lo académico la
genialidad de un alma sensible.
Así como en la boca de una divinidad se divisó la realidad entera, esa
boca abierta que se propone en el vacío del libro-objeto “Anus solaris”, en el
hoyo opuesto de lo divino, está oculto el sentido del ser poético. Esa
reverberación del eco que hacen sus palabras, su presencia post mortem, son lo
imposible permitiéndose existir por la fuerza de los que han amado al poeta.
¿Por qué entendiste a la muerte como una máquina, esa máquina que no
precisaba del sueño ni tocaba lo eterno? Con la poesía tal vez quisiste lograr
tocar esa idea de una máquina de muerte que no sangrara. Porque el mundo pesa
al poeta y a veces no queda más que vengarse con palabras. Las tuyas fueron
elegantes y sabias. Una danza macabra al extremo lúcida, lindando con la
locura. “Busqué mi muerte y la encontré -dices-. Aburrida estaba” (CBD) Sabías
que el lector sería tu “aliado resurrector”. Cuánta conciencia de tu futura
muerte, poeta. ¿La sabías cercana? ¿Sentías tal vez su sabor en la boca al
dictar los versos a la máquina de la escritura? La máquina mortuoria tenía el
ojo en el fondo y se veían. La mirabas directo a la pupila cuando escribías. Y
aún así tu poesía no causa terror. Porque yo también veía al ángel en caballo
que desciende para llevarnos a los locos, pero aún no me subí. Preferí yacer
con mi letra, callar y llevar en lo profundo lo poético, para sacarlo cuando
pueda. Hay que esperar que estén distraídos los dioses y demonios para ser
poeta y no morir en el intento. Hay que saber ser una fénix silente y más que
eso.
Los poetas nos preguntamos sobre la naturaleza de la luz. Hacemos que
los haces se vuelvan palabras, movimientos. Algunos se asustan, porque aunque
no entiendan la letra, sienten el vértigo de la verdad cuando lo simbólico
habla. “Arrástrate por el flujo concreto/Aquí no sirve la vista si se te
liquefactúa la cabeza” (CBD). Tu estudio del fenómeno del pensamiento consistía
en ver la danza convulsa de las neuronas. Te encontrabas en medio de ese
alboroto vano, salvando las palabras poéticas. Por eso el cinismo de decirlo
sin tapujos y no hubo vergüenzas que te negaran después. Lo hiciste como
debías, poeta. Y no dejas de caminar después. Tu palabra y tus ideas siguen
vivas, buscando más aliados que te lean.
Que así sea. Que tus palabras continúen develándose. Tú ya no tienes
desvelos. Habitas en el desvelo eterno que no desea el sueño ni tiene sed ni
hambre. En paz descanses, Camilo. No te alcanzó la vida para seguir camino,
pero caminan por ti los que te amaron. Nos llaman a conocerte y todo ese
llamado es válido, porque como dice tu amada madre: “cuando el dolor se
transmite de bella manera y se comparte, no sólo se hace más llevadero, sino
que se transforma en arte y se vuelve colectivo” (XD).
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