Por: Homero Carvalho Oliva
Los dichos populares son sabios porque expresan lo que piensa el pueblo, uno de ellos dice que Dios los cría y el Diablo los junta y lo podríamos aplicar a los escritores porque el demonio de las palabras siempre está buscando la forma de juntarnos. Uno de estos juntes lo hizo posible el Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño y la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, quienes convocaron a José Ovejero de España, Mario Bellatín de México, Jorge Eduardo Benavides de Perú y a Claudia Peña, Juan Pablo Piñeiro y Homero Carvalho de Bolivia, al Octavo Encuentro de Escritores Iberoamericanos que se realizó entre el 2 y el 5 de julio pasados en el Palacio Portales de la ciudad de Cochabamba.
Las tres noches de exposiciones y diálogo fueron exitosas: más de 200 personas estuvieron cada día en las salas del Centro Patiño, además de las que siguieron el encuentro por televisión en directo en La Paz y Sucre y los que lo escucharon por radio en varios departamentos del país. Y, por supuesto, las entrevistas y noticias que se generaron en varios medios de comunicación tanto escritos como audiovisuales a nivel nacional y las redes sociales que estuvieron activas durante las jornadas. Fue el primero de los encuentros que tuvo estas características.
Peña y Benavides
La primera noche fue de Claudia Peña y Jorge Eduardo Benavides, presentado por Xavier Jordán que hizo de moderador. Claudia Peña, inició la octava versión del encuentro, señalando que para ella escribir es desnudarse y hablar sobre el proceso es desnudarse doblemente. Afirmó que para ella escribir es una liberación, porque ella utiliza la palabra con un instrumento para el cambio, lo siente como un trabajo político y criticó a quienes creen que no lo es, porque al escribir estamos haciendo política. Aclaró que los grandes escritores bolivianos hicieron y hacen política. Esa primera noche le siguió el peruano Jorge Eduardo Benavides, de quien tomo el título de su ponencia ¿Novelistas de brújula o de mapa? para esta nota, el autor de La Paz de los vencidos y de El enigma del convento, Premio Torrente Vallester 2013, que se gana la vida dirigiendo talleres de narrativa, explicó que los novelistas pueden ser de brújula o de mapa, los primeros saben donde quieren llegar pero no tienen definido cómo lo van a lograr y van descubriendo la novela a medida que avanzan. Los de mapa, en cambio, lo tienen todo marcado, saben por donde irán y se ajustan a su recorrido trazado con anticipación. De cualquier manera los mejores son los que trabajan duro en cada una de sus obras, recomendó. Agregó que los críticos literarios bien pueden clasificarse en “cítricos” que son aquellos ácidos que todo lo ven mal; “crípticos” a quienes nadie los entiende y los que son verdaderamente “críticos” que ayudan a comprender los textos, estos últimos son los necesarios, los otros son un estorbo a quienes hay que ignorar.
Piñeiro y Bellatín
La segunda noche, jueves 3, tomaron la testera Juan Pablo Piñeiro y Mario Bellatín, quienes fueron presentados de manera poética por una extraordinaria Alba Balderrama, que hizo una interpretación lúdica de algunos de sus libros. Piñeiro, joven autor de Cuando Sara Chura Despierte, leyó una ponencia titulada El pahuichi de Yamuniriti Diojorojepe, un texto con picos poéticos que se inicio con una impronunciable palabra mágica: manubiduyete que le permitió trasladarse al pasado y al futuro para explicar cómo encara el proceso de creación de cada una de una de sus obras y luego enumeró diecisiete “consejos bellacos” para desanimar a los jóvenes a escribir, que fueron celebradas por los asistentes, en el primero de ellos recordó una advertencia que le hizo su maestro Jesús Urzagasti, quien le aconsejó que si quería ser escritor tenía que aceptar que nadie lo había obligado a serlo, que era su decisión. El novelista mexicano, Mario Bellatín, se presentó ataviado con las prendas de vestir de la religión sufí, esa corriente mística nacida en Persia, que alienta la armonía con la naturaleza. El autor de Flores, Premio Xavier Villaurrutia 2000, se remontó al año 1994 cuando escribía su exitosa novela Salón de belleza y rememoró el proceso de su escritura, de cómo conoció a un filósofo travesti, su relación personal que inspiraría a una obra “feroz” como la calificó Balderrama y el drama de belleza y muerte que decidió contar. Mario contó que al momento de escribir una de sus obras se rodea de animales, para observarlos y comparar sus actitudes con las de los seres humanos, por eso en sus narraciones está presente la ternura y el horror.
Carvalho y Ovejero
Si bien, de acuerdo al programa, yo empecé la tercera y última jornada del Octavo encuentro, voy a comenzar con la participación de José Ovejero y concluiré con la mía. Carmen Beatriz Ruiz, fue la encargada presentarnos y lo hizo analizando algunas de las obras que había leído tanto de Ovejero como mías. El autor de La ética de la crueldad, al igual que Bellatín, se refirió a una de sus novelas, a la premiada La invención del amor e indagando el proceso creativo de la misma hizo algunos cruces con las novelas de otros autores y reveló un interesante hallazgo en la novela Lolita de Vladimir Nabokov, que lo había hecho concluir que la novela también la escribe el lector al ir descubriendo esas claves que los autores dejan en el texto y al imaginar la novela que están leyendo. Ovejero afirmó que la tarea del escritor contemporáneo es la de ser atrevido, que tiene que tener una gran capacidad de invención y que no imaginarse es negarse a los cambios que el mundo y la sociedad sostienen día tras día. Escribir es una manera de invitar al lector a bailar, pero sin una coreografía predeterminada, sino siguiendo el ritmo que la narración va marcando. Por mi parte, hice un recuento del proceso creativo desde mi niñez, evocando a la vocación y al destino literario. Pienso que si bien mi nombre me predispuso a la literatura, la tartamudez creó las condiciones para que desarrolle mi escritura, Coincidí con Benavides y Ovejero en que las lecturas, son muy necesarias para escribir mejor porque, entre otras cosas, ayudan a conocer las técnicas narrativas, a dominar al narrador omnisciente, la primera o tercera persona, los puntos de vista, el flujo de conciencia, el monólogo interior, los cambios temporales y hasta cómo elegir un buen título. Sin embargo, ¿No seremos los escritores el infierno de esos personajes? ¿Y la condena de ellos sea repetirse cada vez que alguien nos lee?
Sabemos que el lenguaje es una construcción intelectual y la literatura es la exaltación de esa construcción, así que con los años y trabajando entre la narrativa y la poesía he llegado a la siguiente conclusión: en el cuento y la novela los escritores somos una especie de dioses creando personajes a la medida de la narración. En la poesía, en cambio, el poema nos hace su personaje y es el poeta despojado de lo exterior quien habla a través del verso. En lo particular debo confesar que la filosofía me ha ayudado a hacer las preguntas y la poesía a responderlas.
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Fuente: http://www.la-epoca.com.bo/index.php?opt=front&mod=detalle&id=3743