Adolfo
Cáceres Romero (*)
Todavía
te siento a mi lado, mi querido Chaly.
Pocos
días antes de tu partida nos encontramos en el Prado. ¿Recuerdas? Salías del
café donde te reunías con tus amigos. Ahora me queda la sensación de que el
abrazo que me diste era tu despedida; sin embargo, habíamos acordado celebrar
este año nuestro cumpleaños juntos. Habíamos nacido la misma fecha (27 de
septiembre), aunque me llevabas con un año, compartíamos el signo de Libra,
como algo más que nos hacía únicos. Aún recuerdo el retrato que nos hiciste, a
Renato Prada y a mí, para las solapas de “Argal Galar” (1968),
nuestro primer libro de cuentos –con dos carátulas– con el que habíamos ganado
el Premio Municipal de Literatura y Ciencias, del año anterior, en Cochabamba.
Años después, mientras cavilabas con los ojos cerrados, tracé tu perfil, a
lápiz, en una hoja de papel sábana. Lo tenía perdido, hasta que Roberto Laserna
me lo mostró en la pantalla de su celular. Miraba ese retrato, teniendo al
frente tu foto a colores, donde apareces, delante de uno de tus cuadros.
Sonreías, aunque me dolía verte en medio de las ofrendas florales de tu
funeral. Era tu misma sonrisa, cansada, agobiada por el peso de los años. Peso
en el que también estábamos juntos, mi querido Chaly. Cuando Roberto me mostró
el retrato que te había hecho en 1975, inmediatamente te vi a mi lado. Me
mostrabas el primer número de “Ámbitos”, la revista que sacamos, a mediados de
1959. Causamos un gran revuelo, ¿recuerdas? En los dos únicos números
criticamos a los consagrados narradores de entonces. Sólo reeditaban sus viejas
obras, sin ofrecernos nada nuevo. Afortunadamente aparecieron dos libros
inolvidables: “Cerco de penumbras” (1958), cuentos de Oscar Cerruto, y “Los
deshabitados” (1959), novela de Marcelo Quiroga Santa Cruz. Ambas obras nos
marcaban un nuevo rumbo, integrándonos al naciente “boom” latinoamericano.
Nunca
pensé que me harías tanta falta, sobre todo con tus comentarios a las obras que
leías. Siempre estabas con lo último. Pero lo que más añoro es tu sonrisa. Por
algo se dice que el mejor regalo que podemos dar, a quienes nos rodean, es
sonreírles. Gracias por todo ello, mi querido Chaly. Gracias, también, por todo
lo bueno que has compartido conmigo. No te digo adiós, hermano del alma, sino
hasta pronto.
(*) El
autor es escritor.
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